Buenos Aires. Con sonidos íntegros y apacibles, los tocadores de Sabák inician el acto ceremonial que les permite a los awas concentrarse y llevar a su pueblo hasta el regazo de sus dioses.
Según información suministrada por el dirigente, Uriel Rojas, los honrar a Sibú (dios bribri – cabécar), alimentados por los sonidos del Sabák, el cual es un instrumento de enorme valor espiritual similar a un tambor, hecho con cuero de reptiles y que usan para dirigir sus rituales.
La energía ancestral los llena de fortaleza y con el debido permiso a la piedra que van a mover, decenas de brazos indígenas levantan el monolito y lo trasladan hasta un destino común.
Este proceso es todo un ritual que implica respeto y compromiso. Simboliza la unidad de hombres y mujeres creados bajo una misma cosmogonía.
Quien participa de una jalada de piedra debe hacerlo por cuatro veces, caso contrario compromete su destino a una suerte siniestra.
Por lo general, la piedra que mueven son metates o tumbas, artefactos que a lo largo de la historia han cumplido en las sociedades indígenas funciones domésticas y representan un sagrado legado ancestral.